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A FUEGO SOVIETICO

  • diciembre 12, 2016marzo 3, 2017
  • by Lic. Andi Andrés

Este fin de semana llegaron malas noticias desde el otro lado del océano. No me refiero al casi ascenso de la ultraderecha en Austria, ni mucho menos al gol sobre la hora de “peinadito” Ramos para empatarle al Barcelona. Radim Hladík falleció el domingo 4 de diciembre a los 69 años en su Praga natal a causa de una fibrosis pulmonar que lo mantuvo al margen de los escenarios desde octubre hasta su reciente deceso.

¿Quién carajo fue Radim Hladík? Intuyo la incógnita en la mente de quien lea estas líneas. Admito que somos muy pocos quienes lo junamos y me toca ser sincero pese a mis sentimientos. Es probabilístico. Occidente prácticamente no se notició de su existencia y muchísimo menos de su muerte. Asumiéndolo de esta manera, resultaría conveniente tratar de definir a Radim en algunas pocas palabras para introducirte, potencial lector o lectora, en la obra de este titán de la música.

Voy a intentarlo: Radim fue, ante todo, un capo de la guitarra, un compositor muy groso y uno de los miembros fundadores de Mordý Efekt (Blue Effect en inglés), una de las mejores y más infravaloradas bandas de la Europa psicodélica y progresiva de fines de los sesentas y de la década de los setentas.

Aunque lejos de querer bajar una línea anti comunista, creo que posiblemente su Checoslovaquia natal (cocinada ya hacía años a fuego soviético) fue una limitación a la hora de su difusión, y asumo que fue por ello que no ha logrado hasta el día de hoy trascender demasiado las fronteras nacionales de su propio país. No lo sé, aquí estaría ingresando en el pantanoso terreno de la especulación y el chamuyo, pero cómo no hacerlo si me resulta sumamente injusta su poca estima de este lado del mundo.

Volviendo a su obra en sí, Radim comenzó su carrera musical en la banda The Matadors, fundada en 1963, donde indagó entre distintas tendencias occidentales como el rhythm n’ blues y la música beat. Pese a vivir aislado de occidente, despertó interés por estos géneros escuchando clandestinamente, desde su casa, la británica Radio Luxemburgo, sintonizándola desde el éter comunista de Praga.

El punto de quiebre en su vida musical, el chifle de moño, llegó al ritmo de los tanques soviéticos que en 1968 ocuparon su Checoslovaquia natal, dando lugar a un oscuro proceso político y social que influenció su vida y su obra embebiéndola en un halo sombrío y opresor.

Producto de la ocupación soviética de Praga, la calle estaba más brava que nunca. Checoslovaquia no ofrecía muchas posibilidades de éxito para un grupo de pendejos que imitaban la estética Beat británica que clandestinamente consumían. Eso condujo a todos los miembros de The Matadors, excepto a Radim, a mudarse a Alemania Occidental. Como diría Ramón Diaz: “Yo no eh, yo no me fuí”. Él la paró de pechito y salió jugando.

De este quiebre trascendental surge una nueva e increíble etapa musical en la vida de Radim. Ese mismo fatídico año de 1968 funda Modrý Efekt junto a otros músicos que decidieron bancar la parada de local, quedándose en Checoslovaquia y tocando para su gente. Su estilo se alejó del Beat y osciló entre el jazz fusión y el heavy prog, con un llamativo complemento de virtuosismo, versatilidad y originalidad. Para que se den una idea de lo que estoy hablando cuando digo que Radim era un monstruo (y sumamente versátil), el muñeco tocó, nada más y nada menos, que junto a la Orquesta de Jazz de Praga en 1971, en una performance espectacular que YouTube, por suerte, atestigua. La recomiendo con toda la furia.

Para alentar a que usted, potencial lector o lectora, se aventure en este viaje musical a los dominios del Partido Comunista de Checoslovaquia (más precisamente al año 1974) voy a recomendarles el que es, sin duda alguna, mi disco favorito de la banda que, sin mucha vuelta, intitularon como Modrý Efekt & Radim Hladik.

El disco consta de cinco temas increíbles donde predomina un sonido pesado y progresivo, con algunos pasajes épicos y otros de corte más jazzero que llegan incluso a rozar lo onírico, pero sin perder esa identidad terrenal, densa y ríspida propia de un contexto distópico, autoritario y apabullante como el que se encontraban viviendo estos pibes detrás de la cortina de hierro.

Para vos, macho o hembra, que te estremeciste con 1984 de Orwell. Para vos, don o doña, que te fumaste entera La Insoportable Levedad del Ser de Kundera. Para vos, frate o papusa, que te rompiste la cabeza viendo cortos de Jan Švankmajer. Sí, para vos también, que no tenés ni puta idea de lo que pasaba detrás de la cortina de hierro (ni mucho menos en la Checoslovaquia soviética de los 70) pero ahora te picó el bichito de la curiosidad. Para todos ustedes dejo este disco que está de re chupete. Ideal para cerrar los ojitos e imaginarse el suave ronroneo de los motores de los tanques soviéticos marchando sobre la ciudad y reprimiendo todo cuanto haya a su paso.

 

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